Figura eminente de la acupuntura en el siglo XX, el médico
vietnamita Nguyen Van Nghi creía que todas las culturas eran patrimonio
de los seres humanos. Y persuadía a su interlocutor de ello.
Murió en el año 1999 en Marsella a los 90 años. Era vietnamita, pero
terminó Medicina en Francia, donde introdujo la acupuntura; y en el
resto de Europa, Canadá y Estados Unidos. Me refiero a la medicina china, la de verdad, que cuenta con más de 3.000 años de experiencia científica y humana. No he olvidado nunca a Nguyen Van Nghi, presidente de la Asociación Mundial de Acupuntura.
Eduardo, tu corazón
está mal; tus bronquios silban, y será por algo; tus intestinos
soportan, mal que bien, una úlcera por culpa de tu estrés; tienes
piedras en el riñón. Así concluyó su discurso sosegado de sabio. "¿Hay algo que me funcione?", le pregunté medio en broma, medio en serio. El cerebro, replicó, "sólo el cerebro".
Nos dejó en 1999, pero no me he enterado hasta ahora. ¿Qué estaría
haciendo yo todo este tiempo para no seguir la vida del sabio más humano
que he conocido? Sí, me acuerdo de él todos los años, muchos meses y
multitud de instantes. Cuando nos encontramos, él ya era un sabio
octogenario.
Que era sabio lo reconocía la propia comunidad
científica occidental. Sabía tanto como ella, pero, además, era el mejor
del mundo en medicina china y, particularmente, en la aplicación de la acupuntura.
Tuve la suerte de experimentarlo por mí mismo. En nuestra larga
conversación de un día entero le mencioné que en mi familia -en algunos
miembros y en casi todas las generaciones- el corazón iba a su bola. Con la acupuntura
te puedo suprimir la fibrilación cardiaca, me dijo con un afecto y
empatía que me desarmó. Doctor, eso es imposible. En Occidente todos
tomamos digoxina para regular el músculo cardiaco, y la fibrilación
paroxística persiste a pesar de ello hasta que, con la edad, se hace
permanente y apenas la notas. Aunque los médicos sigáis diciendo que el
corazón se agranda y los ictus son más probables.
Ni corto ni perezoso, me extendió en una camilla y me punzó con una serie de agujas durante un buen rato.
Habrá médicos que no me tomarán en serio y, aunque soy muy consciente
de que la memoria es extremadamente imprecisa, me pueden creer si les
digo que -por primera vez en mi vida- supe lo que era un corazón
acompasado con el ritmo del universo.
No te olvido, Nguyen. A
pesar de que también tenías razón al recordarme que, sin tu compañía, la
arritmia volvería a sus andadas en dos días, como así fue. Lo
extraño es que el mundo supuestamente civilizado no hubiera utilizado el
carisma de Nguyen Van Nghi para resolver los problemas incurables
debidos a la ignorancia y odio recíprocos: el problema palestino, los nacionalismos e imperialismos del Cáucaso, los enfrentamientos generados en torno y a causa del islam. El modesto médico vietnamita era muy consciente de que un día la medicina
sería realmente universal, porque aprovecharía lo que Occidente y
Oriente tenían en común: que cada cambio en la materia se debe a un
cambio en el estado de la energía. O que esta última, en su forma
defensiva, desempeña un papel similar a la inmunología.
Lo fascinante de Nguyen Van Nghi era la espontaneidad con que podía transmitir la certidumbre de que otras culturas,
surgidas en entornos dispares y nutridas por civilizaciones distintas,
eran igualmente tuyas y mías. De paso, él era consciente también de que o
bien la ciencia acababa irrumpiendo en la cultura popular, o bien no
llegaría ni a ser ciencia ni cultura. Podía desmenuzarte la sabiduría de
maestros antiguos e interesarse, al mismo tiempo, por los latidos
desacompasados del corazón de su vecino.
Eduardo Punset, divulgador científico
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